ROMPER LAS CADENAS Y VER MÁS ALLÁ DE LAS APARIENCIAS

Existen dos curiosas anécdotas sobre el comportamiento de los animales que guardan alguna similitud con la conducta de los seres humanos. Veamos el por qué.

LA CADENA INVISIBLE

La primera trata sobre un inquieto reportero que cierta ocasión visita un famoso circo en algún país de Europa; buen observador, al caminar por las instalaciones, el tipo pasa junto a un poderoso elefante adulto, de varias toneladas de peso, que lleva una soga atada a una de las patas traseras. El visitante sufre un gran sobresalto al darse cuenta de que el otro extremo de la soga no está atado a nada, por lo cual, el animal se encuentra totalmente suelto.

Al entrevistarse con el dueño del circo, inmediatamente le hace ver el gran descuido de sus empleados y, para su sorpresa, al escuchar su queja el hombre se alza de hombros despreocupado.

El periodista insiste entonces en hacerle ver el gran riesgo que corre no solo el circo, sino la población entera, si el elefante llegara a escaparse. Andando libre – señala – un animal tan formidable como ese bien podría embestir y volcar un autobús lleno de gente, derribar paredes completas o volverse loco y atacar a cualquier persona a su paso.

«No se preocupe – contesta el cirquero -, no escapará; ese elefante nació en este circo y desde que era muy pequeño le atamos una cadena suficientemente fuerte a esa misma pata donde hoy lleva la cuerda, para que no pudiera romperla. Durante mucho tiempo estuvo estirando la pata, intentando arrancar la cadena, pero cuando se convenció de que no podía romperla, dejó de intentar; por eso ahora basta con hacerle sentir que está atado para que no intente desplazarse. Cuando está en su lugar de descanso ni siquiera mueve esa pata, solo las otras tres, pues está totalmente condicionado a creer que sigue atado a una cadena imposible de romper».

EL PODER DE LAS APARIENCIAS

Cuando una caravana cruza el desierto, siendo los camellos el medio de transporte más eficaz en esas soledades cubiertas de arena, los camelleros están atentos en aplicar el máximo cuidado para asegurarlos durante la noche, utilizando sólidas estacas de madera que hincan a profundidad en la arena.

Cierta ocasión, el muchacho encargado de realizar la tarea advierte que se han terminado las estacas en la valija y aún queda un camello por asegurar. Espantado al tener claro que en mitad del desierto es imposible hallar algo utilizable para hacer la función de una estaca, corre a ver al jefe de la caravana y le informa lo que ocurre.

«Regresa con el camello – le dice el hombre, extrañamente sereno -, lleva contigo la valija donde se guardan las estacas y haz como que sacas una y la encajas en la arena, luego toma la rienda y finge que lo estás atando».

Desconcertado, el muchacho regresa y hace lo que se le indicó; para su sorpresa, en cuanto simula que está atando al camello, éste dobla las patas y se tiende en la arena, en posición para pasar la noche, como hacen estos animales cuando se sienten asegurados a la estaca.

A la mañana siguiente, los camellos son desatados y de inmediato se ponen en pie para seguir la marcha, pero a los primeros pasos el líder de la caravana se da cuenta de que falta uno, aquel que en realidad no fue atado, y llama al ayudante y le da la siguiente instrucción:

«Ve junto al camello con la valija y haz como que lo desatas y guardas la estaca».

Así lo hace y de inmediato el animal se pone de pie, dispuesto para emprender la marcha.

LA CONDUCTA HUMANA

Claramente estas conductas se parecen a las de los humanos porque, casi sin excepción, se nos condiciona desde niños para pensar, sentir y actuar como lo hacemos al llegar a la edad adulta.

Como en el caso del elefante, es por ese condicionamiento que nos cuesta tanto ir más allá del límite y poner a prueba nuestras reales capacidades. Si crecimos convencidos de que no servimos para algo, jamás intentaremos siquiera dar un paso más allá. Lo que aprendemos, lo que escuchamos, lo que adoptamos como ejemplo a seguir, sin ser necesariamente malo, establece un límite y va colocando un eslabón más en la cadena que solo los triunfadores son capaces de romper.

Y, por otra parte, con demasiada facilidad los seres humanos nos dejamos llevar por las apariencias. Casi sin resistencia, aceptamos como cierto lo que se dice en los medios, lo que se repite en el trabajo y lo que se afirma en el vecindario, por eso es tan fácil manipular a las masas, sembrando ideas perniciosas, inoculando mentiras y afianzando ideologías en la mente de las personas, respondiendo a oscuros intereses y casi siempre para mal.

Como bien sabemos, la política, la religión, la ciencia misma, encierran muchas verdades a medias, pero están ahí, manteniéndonos idiotizados, esclavizados o, peor aún, actuando como desean que lo hagamos, sin que estemos dispuestos a escudriñar a fondo para desenmascararlas. Y solo les basta fingir, aparentar, simular, para que, como torpes elefantes y dóciles camellos, las tengamos por ciertas.

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