Es todo y es nada. Es el querer ser del que aún no ha sido y el haber sido del que ya no es. Es una pregunta que no tiene respuesta, si acaso llegamos a formularla; nos contentamos con vivir y eso es muy bueno, pero más lo sería si fuésemos capaces alguna vez de preguntarnos: ¿por qué y para qué vivo? Puede haber tantas respuestas como mentes pensantes, aunque, seguramente, la gran mayoría no podría responder con claridad y la eterna duda persistiría por siempre.
¿Acaso la vida – esa pequeña porción de eternidad que nos fue concedida en el vientre materno – no es nada más que un cofre de recuerdos? ¿El sonido de una melodía que escuchábamos de niños? ¿Una colección de fotos amarillentas, de lo que alguna vez vivimos? ¿Una ciudad, un pueblo o una casa que parecen jalar el hilo de nuestros recuerdos con tan solo nombrarlas? ¿Un diploma empolvado? ¿Esos sueños retrospectivos que de cuando en cuando nos hacen revivir algún pasaje de la infancia o la juventud?… es todo eso y mucho más.
Alguna vez escribí una poesía a la que puse por nombre “Interrogación”, para plantearme ese gran dilema existencial; les comparto un fragmento:
¿Somos simple materia? ¿Partículas de polvo,
que unidas en mágico crisol se tornan cosa seria?
¿O somos tal vez almas cautivas, de envoltura falaz,
de oculta esencia? ¿Un accidente? ¿Quizás una comedia?
¿Tan solo un gemido que vaga en el silencio?
¿Un latido que muere a cada instante?
¿Una estrella fugaz? ¿Polvo en el viento?
Tal vez mucho más, o nada de eso:
reos en castigo, inermes presos,
que un juego de azar dejó en el Universo…
En su frase “Ser o No Ser” Shakespeare se planteó hace quinientos años el eterno dilema.
Y bien podrán pasar otros quinientos años, muchos más en realidad (teniendo en cuenta el tiempo que le quede de vida al Sol, podrían ser millones de años), si para entonces el hombre no se ha destruido a sí mismo, sin que llegué a conocerse la respuesta.
Por eso repito: la vida es todo y es nada, es hoy estar y mañana haberse ido, es ser y no ser, un simple suspiro a escala cósmica, pero es la única que tenemos. Si la desperdiciamos, al llegar la hora final no habrá una segunda oportunidad, como no la habrá tampoco para la Tierra, para el Sol, ni para el mismo Universo cuando su ciclo se cumpla.
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