
“La costumbre es la más infame de las enfermedades porque te hace aceptar cualquier desgracia, cualquier dolor, cualquier muerte. Por costumbre se vive junto a personas odiosas, se aprende a llevar cadenas, a padecer injusticias y a sufrir. Se resigna uno al dolor, a la soledad, a todo. La costumbre es el más despiadado de los venenos porque penetra en nosotros lenta y silenciosamente, y crece poco a poco, nutriéndose de nuestra inconsciencia. Cuando descubrimos que la tenemos encima, cada una de nuestras fibras está adaptada, cada gesto se ha acondicionado y ya no existe medicina que pueda curarla…”
Así describió Oriana Fallaci a la costumbre en su libro “Un hombre”. Fue una periodista y escritora italiana de vida muy agitada y plena (la primera mujer corresponsal de guerra), autora del best seller mundial “Carta a un niño que no llegó a nacer”, publicado en 1975.

“Cuando mamá estaba en casa pasaba el tiempo en silencio, siguiéndome con la mirada. Durante los primeros días que estuvo en el asilo lloraba a menudo. Pero era por la fuerza de la costumbre. Al cabo de unos meses habría llorado si se la hubiera retirado del asilo. Siempre por la fuerza de la costumbre. Un poco por eso, en el último año casi no fui a verla…”
En este fragmento de la novela corta “El extranjero”, obra de Alberto Camus, novelista, ensayista, dramaturgo, filósofo y periodista francés, nacido en Argelia, el autor refleja la forma de pensar del personaje central, un ser que vive su propia desgracia inmerso en la indiferencia absoluta. Según Camus, esa indiferencia es producto de la costumbre, y marca la naturaleza y el mundo.
Al punto de vista de estos dos escritores queda poco qué agregar. Con frecuencia se dice: “a todo se acostumbra uno, menos a no comer”, sin darnos cuenta del momento exacto en el que el veneno de la costumbre, inoculado en nuestro ánimo de manera lenta pero segura, ha empezado a hacer su efecto.
Gracias a la fuerza de la costumbre, la gente se resigna más fácilmente al dolor, a la soledad, a la incomprensión, a la miseria, a todo lo malo que se le viene encima. Es un veneno despiadado que penetra en nosotros de manera lenta y silenciosa y se va expandiendo poco a poco, hasta oxidarnos los huesos, los pensamientos y los sentimientos por igual. Y una vez que se ha propagado y nos adaptamos a ella, no hay medicina capaz de curarla.

Acostumbrarse a algo es morirse un poco, cubrirse de telarañas por dentro y por fuera, perder la capacidad de asombro, los deseos de cambio, el ímpetu, el coraje, y hasta el valor de perder de vista la tierra firme para explorar territorios desconocidos. A medida que nos acostumbramos a padecer, a discutir, a fracasar, a quejarnos, a callar, a criticar… y así… dejamos de darnos cuenta de nuestra triste condición de autómatas. Y la costumbre no solo nos afecta en lo individual, también se contagia y se propaga como un virus, pudiendo incluso volverse un fenómeno de masas.
Eso por ello que cierto tipo de noticias cada vez no impactan menos: los crímenes más aberrantes, la escalada de la delincuencia y la inseguridad, los abusos, la violencia, las mentiras de campaña, las tropelías de la clase gobernante…
La gran mayoría de los seres humanos ya estamos acostumbrados a los males de nuestro tiempo y los digerimos sin pestañear siquiera. Una vez que la costumbre nos ha atrapado en sus garras, vivimos todas las calamidades imaginables escondidos detrás del telón de la indiferencia. Aun sabiendo que entrañan nuestra propia desgracia.

Por eso aceptamos cualquier calamidad (es lo de siempre, decimos) y toleramos a las personas odiosas junto a las que nos tocó vivir (así sean ladrones de cuello blanco, delincuentes acechando en cualquier esquina o “luchadores sociales” que nos impiden el libre tránsito). Estamos aprendiendo a llevar las cadenas de una libertad ficticia, sometida bajo el poder del dinero, las armas y la sinrazón.
A fin de cuentas, nuestras fibras ya se adaptaron al dolor, al sufrimiento, a la resignación ante la injusticia, y lo malo es que pronto no sabremos vivir de otra manera. Siempre por la fuerza de la costumbre.