HISTORIA DE UNA CANCIÓN

¿QUÉ HEMOS HECHO DEL MUNDO?

Escribí esta canción en los años ochenta, una época en la que el romanticismo de la juventud me hizo sentir por primera vez una preocupación genuina por el futuro del planeta Tierra y la humanidad misma.

No puedo decir que ese romanticismo juvenil (el que a algunos lanza a investirse de activistas convencidos de un día para otro) haya declinado en mí definitivamente. Tal vez lo han superado las realidades de la vida y me he acostumbrado a ver lo que nunca me ha gustado como algo cotidiano y hasta normal. Es como si no tuviese otro remedio que aceptarlo.

Derrame de hidrocarburos en una instalación industrial

«¿Qué hemos hecho del mundo, que vamos sin rumbo a contaminar? ¿Qué hemos hecho del mundo, que ya moribundo parece que está?…«

En ese estribillo dejé salir mis preocupaciones ecológicas en forma de reclamo, a una edad en la que, como en ninguna otra, verdaderamente se predica en el desierto. Es porque pocos se dignan a escuchar las protestas de un chamaco que no ha vivido lo suficiente. Pero eso no lo sabía entonces.

«Cuando Dios hizo la Tierra quiso que existiera por la eternidad, más el hombre como fiera le marcó fronteras y la hizo temblar…»

Cuando escribí eso no conocía el mundo, es justo decirlo, a no ser a través de los libros de texto y el cine, y tampoco había palpado de cerca el temblor espasmódico de nuestro ya muy contaminado planeta, aunque claramente lo imaginaba. Solamente los documentales del cine y la televisión (puesto que aún el internet no abría las puertas del universo de información de que hoy disponemos) me habían mostrado una parte de esa realidad presentida.

Mortandad de pájaros en el centro de Roma

«Hoy mueren los pajarillos, mañana los niños no tendrán hogar, pues el hombre sin conciencia no tiene clemencia con tierra y con mar…»

La idea de escribir la canción me vino al tomar nota de una noticia insólita en esos años: la muerte en masa de una bandada de pajarillos, causada por una inversión térmica en la ciudad de México. Por eso me dije que algo debía estar haciendo mal la especie humana al dañar de ese modo a otras especies más indefensas con las que está obligado a convivir e incluso a proteger. Nunca a abusar de su fuerza y su inteligencia superior para aniquilarlas.

«Ya los jardines floridos con sus dulces trinos un sueño serán; entre bloques de concreto los hermosos huertos pronto yacerán…»

Esta era realmente una sensación muy cercana, pues diariamente advertía en mi entorno provinciano el crecimiento acelerado de la mancha urbana y la paulatina desaparición de las áreas verdes. Ciertamente, mi ciudad natal se hallaba en pleno crecimiento en esos años y era inevitable ver aparecer construcciones continuamente en áreas boscosas que alguna vez fueron vírgenes.

«Se agotan los manantiales, los ríos y mares muy sucios están; se extinguen los animales y más criminales llegan a cazar…»

La contaminación del agua y el mar empezaba a convertirse en un problema serio en las últimas décadas del Siglo 20. Pero seguramente hoy en día deben ser más dramáticas y terribles las huellas del daño de lo que eran entonces, dado que han transcurrido cuatro décadas más de existencia del planeta Tierra.

Contaminación costera

Además de ello, quise plasmar también mi preocupación por una práctica cruel y devastadora que se realiza desde tiempo inmemorial: la cacería de animales. Ha llevado a la extinción de las especies por obra de la mano del hombre. Ya desde entonces, un gran número de razas de animales se encontraban en riesgo de desaparecer y en la actualidad el daño se ha consumado, muchas de ellas han sido borradas de la faz de la Tierra y jamás volveremos a verlas.

«Las selvas desaparecen, las ciudades crecen sin ningún control; los árboles van cayendo, las fieras huyendo llenas de terror…»

El entorno natural de los bosques y las selvas más grandes del mundo en los años ochenta empezaba a acusar los efectos de la tala inmoderada y los incendios forestales. Hoy se deteriora paulatinamente a pasos agigantados. Pocos son los que quieren darse cuenta de que los pulmones del mundo están seriamente enfermos y que, de no revertirse el daño, acabarán muriendo.

Aún a esa edad tan temprana no me costaba trabajo imaginar la devastación causada por los añejos problemas que el avance de la civilización ocasionaba al planeta entero. Desgraciadamente, en este Siglo 21 todavía esa problemática está muy lejos de poder resolverse.

Incendio en la selva del Amazonas

«El paraíso se muere y el hombre no quiere recapacitar; con su poder insaciable, cual fiera indomable, ¿quién lo detendrá…?

Estas frases al final de la composición son el llamado postrer a la conciencia del hombre. ¿Por qué escribir una canción de protesta a los veinte años? Porque es la mejor edad para creer que se puede cambiar el mundo. Después, la vida misma nos abre los ojos a la realidad y dejamos de soñar, muchas veces de manera inconsciente. Lástima.

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