DESARROLLO DEL CÓMIC EN EL MUNDO
Hemos reseñado el paso de las tiras de prensa al cómic propiamente dicho, el nacimiento del comic-book estadounidense, el florecimiento del manga japonés en el lejano oriente y la aparición de las primeras historietas autóctonas en el continente europeo. Falta mencionar lo que estaba pasando en el mundo de habla hispana en ese incipiente inicio del reinado del cómic.
En los países de América Latina, dada la influencia del gigante del norte en el ámbito continental, la historieta había dado sus primeros pasos casi en paralelo con su crecimiento en los medios de prensa de los Estados Unidos, a fines del Siglo XIX.
PRIMERAS HISTORIETAS EN MÉXICO
Las primeras historietas en español tenían una característica particular: abordaban en su mayoría temas de corte crítico y naturaleza política. Pero cuando esas historietas llegaron a las páginas de las revistas de corte infantil y juvenil, empezaron a gozar de gran aceptación y, en algunos casos, de una tremenda popularidad.
Tal fue el caso de la revista mexicana Pepín, nacida en 1936. Llegó a ser tan famosa, que, a partir de su aparición, en el país azteca todos los comics infantiles serían conocidos como “Pepines”.
La línea trazada por Pepín empezó a dar frutos en los albores de los años cuarenta y así el nuevo arte encontró una pléyade de adeptos (jóvenes autores que trabajaban en equipo, diluyendo el concepto de autoría, como en el caso Disney) y muy pronto sobrevino una avalancha de publicaciones autóctonas. Tales creaciones se destacaron en el mercado en calidad y cantidad, a tal punto, que llegaron a desplazar a las publicaciones estadounidenses.
Uno de los pocos casos de autores exitosos que asociaron su firma a sus creaciones, fue el del dibujante Germán Butze y su historieta Los Supersabios, publicada desde 1936 en las páginas de la revista Chamaco, misma que más tarde se lanzaría como revista independiente.
La historieta abordaba las aventuras de dos niños inventores, Paco y Pepe, y su amigo Panza. La serie, de corte fantástico humorístico, giraba alrededor de los experimentos de los dos genios, con un sentido del humor apto para todos los públicos, sin renunciar a la crítica social.
PATORUZÚ Y LA HISTORIETA ARGENTINA
También la historieta argentina tiene sus raíces en la viñeta satírica de prensa (El Mosquito es ejemplo de ello) y, por otra parte, desde épocas tempranas empiezan a publicarse series que imitan tiras cómicas estadounidenses, como fue el caso de “Los sueños de Tito”, evidente parodia de Little Nemo in Slumberland.
Surgen asimismo revistas orientadas al público infantil y juvenil, como fue el caso de El Tony, aparecida en 1928, y Patoruzú, una serie de humor que debuta en 1936 de la mano de su creador, Dante Quinterno, y marca un verdadero hito. Patoruzú, el personaje más popular de Quinterno, quien había librado años antes una batalla legal sobre los derechos de autor de sus personajes, representaba a un cacique indígena de buen corazón y detallaba sus aventuras, en compañía de secundarios.
El personaje llegó a alcanzar una fama inmensa en toda la región sur del continente, llevando a la revista a obtener ventas muy sobresalientes. Quinterno, siguiendo el ejemplo de Walt Disney, licenció a sus personajes, los cuales aparecerían más tarde en cortos de animación y en toda clase de objetos de mercadeo.
En 1945 apareció la revista Patoruzito, protagonizada en parte por la versión infantil del personaje. Pese a su popularidad, el personaje será objeto de crítica política por un racismo inherente en la representación de los extranjeros. En 1976 el gobierno militar de Argentina adoptó la imagen de Patoruzú como un símbolo nacional, lo cual alentó aún más las críticas.
SURGE EL TBO EN ESPAÑA
En lo que respecta a España, los pioneros de fines del Siglo XIX en la publicación de viñetas en la prensa adulta, fueron Apeles Mestres, Atiza y Mecachis. En el Siglo XX, a tono con el resto del mundo, empiezan a aparecer historietas en diversas publicaciones hispanas de corte infantil. En 1915 aparece Dominguín, considerada por muchos el primer tebeo español, aún cuando el TBO apareció en realidad hasta 1917.
Si bien, el TBO no nació dedicado en su totalidad a la historieta, sino que se fue mimetizando poco a poco hacia ella, llegó a convertirse en la publicación más importante del género en España, a tal punto, que su nombre pasaría a denominar a todas las revistas de cómic. Sus editores originales la mantuvieron vigente hasta 1983, aunque su historia se prolongó de alguna manera hasta 1998.
A lo largo de su vida en activo, por más de medio siglo, pasaron por sus páginas centenares de autores, entre quienes se pueden destacar «Los grandes inventos del TBO», sección creada por Nit en 1923 y popularizada por Ramón Sabatés en los sesenta, y «La familia Ulises» de Benejam, creada en 1944, una crónica costumbrista de la sociedad española.
La editorial barcelonesa El Gato Negro, regentada por Juan Bruguera, constituyó una de las pocas competencias serias de TBO, publicando una multitud de revistas destacadas en esos años. De ellas, la más importante fue Pulgarcito.
El desarrollo del cómic español se vio truncado por la Guerra Civil española. Esa etapa significó de alguna manera un retroceso, pues durante la contienda el bando nacional publicó cómics con una fuerte carga adoctrinante, dirigidos a los niños (Flechas y Pelayos fue uno de ellos). Al llegar a su fin la guerra, se emitieron nuevos reglamentos de publicación para controlar la edición de revistas infantiles, los cuales establecían, entre otras cosas, que no podían ser seriadas y que se debían renovar los permisos para cada número.
La editorial El Gato Negro cambió su nombre al de Bruguera a la muerte de su fundador y sobrevivió hasta los años cuarenta, justo cuando está por iniciar la era dorada de la historieta infantil española. De ello hablaremos en futuras entregas.