Ninguna forma de entretenimiento concebida por la mente humana se asemeja tanto a la vida como el ajedrez.
El tablero es un escenario en miniatura de la eterna lucha de clases, hegemonías y hambre de poder de la raza humana.
Cada partida de ajedrez es una pugna por la supremacía en la que la sed de conquista siempre está presente.
Como ocurre en la vida, el pez grande se come al chico, el triunfo nunca está seguro y los errores se pagan caro. La estrategia, las tácticas, las trampas del contrario, simbolizan los azares del destino, a vencer desde que el juego empieza. El menor titubeo al atacar o al defender significará una pérdida y quizás un golpe decisivo y mortal. Perder es, como pasa en la vida, dejarse vencer por todo aquello que siempre tendremos en contra.
El peón que corona simboliza el más caro sueño de gloria de los seres humanos: llegar a la meta y vivir una milagrosa metamorfosis que nos haga renacer de las cenizas; ser el más fuerte y el más poderoso después de haber sido el más débil. Ese es para muchos el más caro anhelo en la vida.
Las piezas son nuestras armas en el tablero, como lo son, en la incesante lucha por subsistir, las capacidades con las que nacemos.
Los jugadores son, por su parte, dioses que deciden sobre el tablero el destino de los suyos. Y con frecuencia reflejan en su estilo de juego aquello que más les caracteriza.
El impulsivo, el cauteloso, el dogmático, el tímido, el soberbio… todos echarán mano de su mayor virtud, o de su mayor defecto, en algún punto del desafío.
Las mejores cualidades de un buen ajedrecista son tenacidad y buen juicio, más que inteligencia pura, y a veces son las tentaciones la causa de la derrota. Más también la lealtad, la caballerosidad y el respeto hacia el rival son cualidades deseables en un ajedrecista.
El jaque mate es el problema sin solución que nos vence al final, como en la vida los vicios, las pérdidas, los golpes del destino. No hay casualidades, no hay azar, las armas están a la vista, y si al final del camino la vida o el oponente te derrotan, sabes que estás acabado.
En el ajedrez va en juego la vida del rey – nuestro corazón – y también toman parte en él la pasión, el coraje, el miedo al fracaso, y a veces también la torpeza.
Mi mejor consejo es: ¡no te rindas! Aún si sucumbes, en el tablero o en la vida, siempre hay revancha. Levanta la cara… ya vendrán nuevas batallas…
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